-Bebes demasiado Juan

-¿Me dices a mí? Y tú qué, ni que hubieras bebido agua.

-¡Jajajaja!

Juan y Marcos entraron en la casa de la abuela, la cual tenía un sótano muy viejo para que ellos tuvieran su propio espacio. En él, la abuela guardaba antiguallas y objetos estropeados que no se atrevía a tirar porque decía que guardaban recuerdos muy preciados, aunque vaya destino el suyo, si tan importantes eran, tener que acabar en la oscuridad de un sótano húmedo.

En la esquina se encontraba el sillón favorito de la abuela, que no tenía más que cuatro agujeros superficiales en la tela, una tela con un estampado de líneas ocres y rojas decolorado y bien pasado de moda. Juan se sentó casi en el suelo cuando se dirigió al sillón, pues iba dando tumbos debido al mareo de la borrachera.

Mientras tanto Marcos, sentado hacía rato ya en el sofá justo al lado, se estaba preparando un canuto de marihuana para relajar el subidón del alcohol.

-Dame de eso- le dijo Juan a Marcos. -Ya que estamos, de río a perdidos.

-Dirás de perdidos al río-

-Lo que sea.

No pasaron más de 5 minutos cuando Juan se quedó ensimismado en su nube de humo, centrando su mirada frente a él, viendo la silueta de una muñeca de trapo que lo miraba muy fijamente.

-Oye, tío, ¿esa muñeca estaba antes ahí?

-Yo que sé, ¿te crees que cuento todos los trastos de aquí dentro?

-Yo tampoco, pero sí me hubiera fijado en esa muñeca.

-¿Es que acaso te gusta jugar con muñequitas? Jajaja, no me irás a decir que también te maquillas.

-No joder, pero es que mírala. Parece demoníaca.

Marcos se fijó más en la muñeca y pudo más o menos entender a qué se refería. La muñeca, quizá por la postura en la que estaba sentada, quizá por lo viejo de su relleno, tenía la cabeza medio apoyada en su pecho, pero los ojos miraban hacía arriba, directamente hacia la dirección de los chicos. Además, no tenía ningún tipo de mecanismo de movimiento, sin embargo, podían oírse golpecitos cerca de ella, procedentes de su brazo, el cual parecía esconder estratégicamente detrás del jarrón que tenía justo al lado.

Marcos se levantó, porro en boca, y se acercó a la muñeca. Desde la perspectiva de ésta podía verse como esos dos perdidos de la vida se acercaban, y el que tenía el porro en la boca, tenía aspecto de chulo, de canalla, de merecer una buena paliza en la calle de atrás. Se estaba acercando entre vacilaciones y falsa seguridad que pretendía demostrar a su compañero. No le iba a servir de nada.

-¿Sabes qué?- dice Marcos, cogiendo la muñeca y dándole vuelta y vuelta en el aire como demostrando superioridad. – Vamos a jugar con ella un rato.

La cara de Juan era un poema, una mezcla entre “¿pero no acabas de vacilarme con que si me gustan las muñecas, y ahora tú quieres jugar?” y “¿estás de guasa cabrón, no has visto el mal rollo que da?”

Marcos agarró el cúter que había en el cajón de herramientas del escritorio, desgarró el cosido ya deteriorado de las piernas de la muñeca y en sus orificios enganchó los culos de las botellas de las cervezas que acababan de beberse.

-Mira, ahora no da tan mal rollo- dijo Marcos con media sonrisa y dando una buena calada.

-Jajajajaja qué cabrón eres, parece una “Miss muslos de jamón”

-Un poco demasiado curado el jamón diría yo, está duro como el cristal.

-¡Jajajaja!

La muñeca estaba observando impasible esos dos cretinos mientras se burlaban de ella en su cara. Lo siguiente está fuera de cualquier explicación racional.

Una voz rota sonó desde el trasfondo del sótano, no había articulado palabra, pero había sonado como si todos los demonios del inframundo hubieran sido invocados. No se sabía de donde procedía, del suelo, del techo… de la muñeca tal vez.

Marcos y Juan se miraron para verificar si ambos acababan de escuchar lo mismo, y luego miraron a la muñeca, que de repente tenía los brazos levantados, sujetando el cenicero que estaban utilizando y que tenía escrito la palabra FUC* YOU

Marcos dio una risotada. Luego apagó el canuto en los ojos de la muñeca y le dijo a Juan que era hora de dormir.


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