LA DEPRESIÓN EXISTENCIAL que veo constantemente en las redes sociales es algo que ya no soy capaz de ignorar. La recuerdo perfectamente de cuando yo misma la sufría.
Es mucho más habitual encontrarla en una época de juventud, prácticamente adolescente… y no entiendo de neurociencia pero, como humana que soy, entiendo de emociones.
Sé cómo aplasta el estómago, el pecho y la garganta el agujero negro de la depresión, el cúmulo de pensamientos negativos acerca de lo poco que comprende el mundo tus sentimientos. La presión del entorno para que te esfuerces en estar siempre bien, incluso cuando no quieres, o lo intentas y aun así no puedes.
Sé por experiencia lo que te lleva a desear el suicidio, y por eso sé también lo fuerte que es el instinto de supervivencia.
Ahora ese dolor es solo un recuerdo, pero lo que gané de la experiencia es un auténtico regalo. No se trata de confianza, ni de fe, se trata de madurez emocional, porque logré comprenderme, logré darme valor a mí misma. Aprendí a ser suficientemente egoísta como para observar y prestar atención a mis propias emociones, muy por encima de lo que me exigieran otros, directa o indirectamente.
Supe que valía la pena esforzarse, pero no por los motivos que me querían hacer creer. Me esforcé por satisfacer mis deseos, por cumplir metas personales, por darle un sentido a mi nacimiento.
Pero hasta que ese momento llegó, primero debía sentir el dolor en mis entrañas, saborearlo como se saborea la sangre de un corte en el labio, mirar la sombra a la cara y decirle «Aquí estoy, puedes llevarme contigo»… y comprender que así, y sólo así, atravesando el túnel, consigues apreciar la luz que se asoma por el final del recorrido.
Es horrible recordar aquellas noches clavando mis uñas en el corazón, con lágrimas mudas para que quien no me entendiera no menospreciara mi frustración e intentara darme lecciones de vida…
Pero al final todo pasó, mi vida es mía y decidí vivirla. Darme cuenta de eso impidió que la presión exterior traspasara barreras, y me dio una nueva arma para no ser víctima de mis propios miedos.
Respira profundo, sé consciente de que el mundo no se acaba, que nuevas etapas proceden, y que el minuto exacto que realmente importa es el que vives en este preciso instante.
No te preocupes si no cumples las expectativas impuestas y/o autogeneradas. Simplemente vive.
Lo sé, es más fácil decirlo que hacerlo. Pero hay algo que es incuestionable, y es que las personas hacemos lo imposible por sobrevivir, por lo que vivir mejor es solo algo que nada más hay que proponerse.